DE CÓMO LA IDEOLOGÍA CHAVISTA HA IDO ANIQUILANDO EL BALLET EN VENEZUELA
Un demoledor reportaje del portal Pulitzer Center da cuenta de la agonía del Ballet Teresa Carreño, la única compañía que queda en Caracas. Lo comentamos…
Texto_OMAR KHAN
Madrid, 03 de agosto de 2021
Es verdad que la problemática del ballet en Venezuela es una nimiedad insignificante frente a la dimensión de la tragedia -humana, política y social- que vive el país sudamericano. Pero una breve descripción de la situación actual del otrora brillante Ballet Teresa Carreño, la única compañía de ballet existente, ofrece una instantánea que es ejemplar de la terrible crisis que vive el todo. Fue lo que hizo la periodista Stephanie Mejías en su demoledor y detallado reportaje El futuro incierto del ballet en Venezuela, que fue publicado hace unas semanas en el portal norteamericano Pulitzer Center, plataforma de apoyo al periodismo libre.
La periodista inicia su crónica deteniéndose en un detalle. Cada bailarina de la compañía residente del Teatro Teresa Carreño, el que fuera una de las casas de ballet y ópera más imponentes de América Latina (en la foto), recibe al año un par de zapatillas de ballet con un uso recomendado de 20 horas. En otras latitudes más favorecidas, una bailarina gasta 120 pares en una temporada de 40 semanas. Pero es apenas una anécdota ilustrativa dentro de una compañía y un gran teatro que van a la deriva, ya vislumbrando el precipicio.
La desmedida politización por parte del gobierno de Nicolás Maduro, la desidia y falta de interés, la carencia de recursos, la imposición ideológica en la línea artística y, sobre todo, la ausencia de un director artístico, parecen ser heraldos de la defenestración del ballet. Si bien es cierto que Caracas no ha gozado de la tradición de danza académica que ha vivido Buenos Aires o Montevideo, llegó muy lejos en un neoclásico con personalidad impulsado por la bailarina Zhandra Rodríguez y Vicente Nebrada, el coreógrafo más importante del país, que fue director artístico de la compañía durante 18 años.
En 2001, un año antes de la muerte de Nebrada y en un gesto sin precedentes, el presidente Hugo Chávez comenzó su llamada revolución cultural despidiendo a verdaderas e indiscutibles personalidades de la cultura que hasta entonces dirigían con criterio y seriedad instituciones emblemáticas como museos, teatros y compañías de titularidad pública, siendo la primera vez en la historia que un presidente en persona se encargaba de asuntos de la cultura.
La consigna de fondo era que la cultura era burguesa cuando debía ser popular. El ballet, quizá por el influjo comunista del Ballet Nacional de Cuba, logró salvarse de la escabechina y el régimen mantuvo al Ballet Teresa Carreño pero la danza contemporánea, que vivía un momento de auténtico esplendor en los ochenta y tempranos noventa, prácticamente fue barrida del mapa a favor de las danzas populares y tradicionales. Leer literatura, ir a exposicones de arte moderno, ver danza contemporánea o interesarse por las vanguardias eran (y siguen siendo) vistos como actos impropios, cosas de la burguesía.
A la deriva
Políticos fieles a la ideología del régimen fueron colocados en los cargos directivos. Jose Luis Pacheco, un político e ingeniero civil fue puesto al frente del Teatro Teresa Carreño careciendo de credenciales para ello. Tras la muerte de Chávez, las cosas han empeorado. Nicolás Maduro ordenó en 2013 una reorganización y tras sucesivos directores inútiles, el teatro y la compañía llevan siete años bajo la dirección de otro, Gustavo Arreaza. Se trata de un compositor célebre por crear el himno del PSUV, el partido de Chávez, que es el hermano de uno de los aliados más férreos y hombre fuerte del régimen. Su gestión en la compañía se limita a que cada Navidad se reponga el Cascanueces, de Nebrada.
En cuanto a producciones propias, tristemente destacan cosas como De arañero a Libertador (2014), un ballet de María Cristina y María Claudia Rossell, que en el mejor estilo panfletario soviético, narra la vida y exalta la heoricidad de Hugo Chávez, que en la ficción termina venciendo al imperialismo yanqui, una idea que nació en las hermanas el mismo día que asistieron compungidas al velatorio del comandante.
Ya desde los tiempos de Chávez, el Teatro Teresa Carreño era caprichosamente requerido para frecuentes mítines y encuentros políticos presidenciales que alteraban la programación del teatro y la rutina de la compañía. Maduro hace lo mismo pero con más fecuencia y además, organiza mercadillos populares o usa el recinto, hoy seriamente deteriorado en su estructura, como punto de reparto CLAP, las cajas de comida que como dádiva se ofrece a los caraqueños fieles al régimen.
La mayoría de los bailarines emigran apenas pueden. No es solamente que las condiciones laborales son ínfimas sino que son presionados para participar en actos políticos y demostrar su adhesión al régimen con amenazas de despido. El teatro carece de mantenimiento, al punto que algunos balarines han contado a Stephanie Mejías que hay cucarachas en los vestuarios y no hay luz en las salas de ensayo. La situación descrita en el reportaje claramente apunta a la inminenete desparación del Ballet Teresa Carreño, lo que supondría el fin del ballet en Venezuela.
Una pena. Esa compañía vivió momentos de verdadero esplendor. En sus filas se inició Julio Bocca y en su repertorio se apuntaron los títulos hoy emblemáticos de Nebrada (en la foto, su célebre creación Doble corchea). Pero es que, en ese teatro se vivieron veladas históricas, se ovacionó a estrellas mundiales de la danza y el ballet. Ambos, compañía y sala, fueron un referente importante del que no queda ni la sombra, en un país que, como su teatro más importante, también parece estar agonizando.
