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En las zapatillas del mito

Te presentamos a Oleg Ivenko, el bailarín ucraniano que se transforma en Rudolf Nureyev para la película biográfica El bailarín que, con dirección de Ralph Fiennes, se estrena el 1 de mayo en cines de toda España.

 

Texto_BEGOÑA DONAT

Madrid, 29 de abril de 2019

El bailarín ucraniano Oleg Ivenko (1996) siempre había tenido una opinión negativa sobre la estrella del ballet Rudolf Nureyev. Lo percibía como “uno de los artistas más caprichosos y con peor carácter de la historia”. Su opinión ha cambiado tras darle vida en el biopic El bailarín(The White Crow es su título original)  dirigido por Ralph Fiennes. La película, que se estrena el día 1 de mayo en cines de toda España, es una crónica de la deserción a Francia de Rudi, como llamaban a la estrella rusa, en uno de los momentos más tensos de la Guerra Fría a inicios de los años sesenta. “Ahora entiendo por qué era así. Y no puedo dejar de apoyarlo. Nureyev siempre supo qué quería ser, tenía claro su objetivo y también que la gente que le rodeaba no le dejaría alcanzarlo”, razona el actor debutante.

La película detalla las circunstancias que llevaron a Nureyev a convertirse en el primer artista soviético en realizar una solicitud de asilo político. En 1961, el prodigio soviético de la danza fue elegido para participar en una gira del Ballet Mariinsky de San Petersburgo en París y Londres. El objetivo era poner de manifiesto la superioridad cultural de la república marxista frente a Occidente. El brillante artista compatibilizó las ovaciones del público de la Ópera Garnier con la vida nocturna a la orilla del Sena, donde frecuentó bares neblinosos por el humo del tabaco y provocadores clubes gays. Un mundo nuevo que le sedujo al instante.

Justo antes de embarcar a la capital inglesa, el agente de la KGB encargado de vigilar al grupo de bailarines, le instó a regresar a Moscú para actuar en el Kremlin. Pero Nureyev se olía una encerrona. Y pensó que en lugar de la gloria de bailar frente a Nikita Khrushchev, iba a ser encarcelado. “No creo que tuviera un plan para huir, pero sí interés y una gran curiosidad por el resto del mundo. Los soviéticos estaban convencidos de que se fugaría, y esa paranoia les hizo acosarlo, de modo que fue esa presión la que hizo que se les escapara de las manos”, opina Ralph Fiennes, el director de la película, que se ha reservado para sí el papel del mentor del bailarín, Aleksandr Pushkin.

Por su parte, el polémico y celebrado bailarín ucraniano Sergei Polunin, que fue la figura principal más joven del Royal Ballet en alcanzar el rol de estrella, interpreta a Yuri Soloviev, compañero de piso en París de Nureyev, mientras que Adèle Exarchopoulos da vida a la influyente chilena Clara Saint, que por entonces contaba tan sólo 21 años y acababa de perder a su novio, el hijo del escritor André Malraux, en un accidente de coche. Cuando Nureyev se vio en aprietos en el aeropuerto de Le Bourget, la joven le ayudó a desertar. “Él hablaba a menudo de libertad y siempre quería más. Cuando tuvo que tomar esa decisión, entendió que no había marcha atrás, comprendió que su familia se quedaría en su ciudad y que no sería sencillo para ellos, pero que había que dar ese paso”, considera Ivenko.

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En modo Nureyev

Fuera de la pantalla, Oleg Ivenko es un consumado bailarín clásico. Desde 2010, es miembro de la compañía del Teatro Estatal Académico Tártaro de Ópera y Ballet Musa Jalil en la ciudad rusa de Kazán, a 800 kilómetros de Moscú. Cuando recibió la oferta de interpretar a Nureyev en una película dirigida por Ralph Fiennes, no pudo más que creer que aquel correo en su buzón era un spam. Así que lo borró. Por suerte, hubo un segundo mail. “Al principio estaba preocupado, porque no soy un actor dramático, pero sabía que era mejor intentarlo a tener miedo o no probar siquiera. Este proyecto no es una recreación ideal de Nureyev, sino nuestra visión sobre este artista extraordinario. Cuando empecé a trabajar con Ralph entendí que estaba en muy buenas manos. Me ayudó con todo, desde la actuación hasta sentirme cómodo durante el rodaje”, detalla el actor primerizo.

El bailarín principal del Ballet Real de Dinamarca y coreógrafo Johan Kobborgha ha sido el encargado de coordinar las secuencias de baile, que constan de extractos documentales de las actuaciones de Rudolf. En su opinión, “coreografiar y bailar para el cine es un proceso muy diferente, porque intenta transmitir la misma energía viva, pero tienes que mantener encendido ese fuego de 10 a 12 horas al día, solo para grabar unos pocos minutos. Y el hecho de poder contar la misma historia desde muchos ángulos de cámara permite muchas interpretaciones. También es importante que funcione tanto para un experto como para la persona que ve un ballet por primera vez. Buscar ese equilibrio fue interesante”.

Para emular a la leyenda de la danza, Ivenko se olvida de sí mismo y de su manera de bailar: “He tratado de encontrar en mi interior la misma emoción que él cuando interpretaba cada gesto. Lo que más me ha ayudado ha sido disfrutar del movimiento de la misma forma que Nureyev, pero con su estilo, a su manera”.

El ucraniano ha encontrado una conexión personal con su antecesor en la entrega y la cabezonería que ambos han proyectado en la danza: “Rudi trabajaba muy duro, al máximo de sus posibilidades. A menudo los bailarines son como robots, interpretan una combinación de movimientos, pero él se subía al escenario y vivía su vida sobre las tablas. Entregaba su energía al público, que no podía evitar aplaudirle porque la energía que emanaba era increíblemente fuerte. Todo el mundo, sus compañeros del cuerpo de ballet y los espectadores, sentían que era algo extraordinario. Nureyev podía hacer cosas imposibles. Era apabullante. Incluso ahora, algunos bailarines jóvenes de ballet no pueden repetir las cosas que él hacía. Se inspiraba en cuadros, en el arte, en libros y en personas que lo impulsaban a actuar, a avanzar. Todo estaba conectado dentro de él”.

Para metamorfosearse en el portento de la danza del siglo XX, el ucraniano ha leído mucho y estudiado abundante material de video. Curiosamente, en términos profesionales, Oleg afirma que ha aprendido a ser maleducado. “Yo soy una persona de buen talante, bastante abierto y amable, y eso no siempre es muy bueno. Pero ahora que he explorado la forma de ser de Rudi, a veces cambio a su carácter. Ponerme en modo Nureyev me ayuda para conseguir mis metas”.

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