JUANAS TRÁGICAS
Con protagonismo absoluto de Aitana Sánchez-Gijón defendiéndose como bailarina estrenó anoche Chevi Muraday su creación Juana en el Teatro Español. Allí estuvimos y esto nos pareció…
Texto_OMAR KHAN Fotos_DAMIÁN COMENDADOR
Madrid, 5 de diciembre de 2019
Desde hace ya varios montajes, el veterano coreógrafo madrileño Chevi Muraday ha venido explorando desde su compañía Losdedae un camino expresivo que no es fácil. Porque, con su experiencia, fácil le resultaría hacer danza teatral o teatro danzado. Pero él avanza hacia una simbiosis auténtica de ambas disciplinas y cada vez se le ve más lejos. Juana, su nueva producción ovacionada anoche en el Teatro Español de Madrid, da fe de todo ello. Tanto de lo lejos que ha llegado como del trecho que le falta.
Juana es poliédrica. Intenta abrazar varias juanas históricas en un único discurso y un solo cuerpo, el de la actriz Aitana Sánchez-Gijón, por el que transitan sin perder su esencia cinco juanas trágicas: Juana de Arco, la guerrera que termina en la hoguera de las herejes; nuestra Juana la loca, que llegó a orgasmos apocalípticos con Felipe el Hermoso; la Papisa Juana lapidada por la turba; Sor Juana Inés de la Cruz, la que hallaba refugio en la palabra poética y Juana Doña, la dirigente sindical que fue al paredón a ver fusilar a su marido. Todas estas juanas van transitando con comodidad por el cuerpo de la veterana actriz que se aventura ahora en el mundo de la danza con bastante soltura y credibilidad, saliendo triunfal no tanto por su virtuosismo físico (aunque loable es su esfuerzo) como por entender esa simbiosis entre lo teatral y lo coreográfico que va buscando el director, que principalmente es coreógrafo.
Después de Sánchez-Gijón, y el equipo de intérpretes masculinos que la rodean, incluido Muraday, hay otros elementos que favorecen esta simbiosis: esa escenografía modular y funcional de Curt Allen Wilmer, inteligentemente usada y esa iluminación de claroscuro expresivo por Nicolás Fischtel. El texto de Juan Carlos Rubio, no obstante, opta por una poesía elegante que parece evitar (quizá por creerlo obvio) esos datos y referencias concretas a las circunstancias históricas de sus juanas, lo que hubiese permitido una mejor aproximación al conflicto interior de cada una.
Muraday no siempre consigue esa fusión teatral/coreográfica perseguida. Hay momentos en los que, pese a su resistencia, la narrativa avanza exclusivamente desde la danza y otros desde el teatro y la palabra. Sin embargo, hay segmentos largos e importantes en los que aflora claramente esa simbiosis, esa fusión de ambos lenguajes en uno solo, en los que ni la danza ni el teatro dominan, donde gesto, movimiento, palabra, acción e imagen marchan al unísono como un todo indivisible. Y son los mejores. El momento de la Papisa Juana, sin duda, el más ilustrativo y brillante en este sentido.