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UN PROFUNDO LAMENTO 

El coreógrafo sueco-holandés Jefta van Dinther es un invitado asiduo del Festival Julidans, de Ámsterdam, y esta vez lo vimos haciendo acto de presencia con su reciente trabajo ‘Unearth’. Esto nos pareció…

 

 

Texto_MARÍA INÉS VILLASMIL Fotos_JUBAL BATTISTI

Ámsterdam, 23 de julio de 2023

En ediciones anteriores de Julidans, el festival estival de Ámsterdam, el joven creador sueco-holandés Jefta Van Dinther ha tenido oportunidad de mostrar algunos de sus trabajos en el marco de uno de los festivales de danza contemporánea más importantes de Holanda y Europa, con propuestas como As it Empties Out, en la edición de 2015, Protagonist, en 2016 o el diptico On Earth I'm Done: Mountains & Islands, en 2022. Muchas de estas creaciones, especialmente las realizadas bajo la amplia sombrilla del Cullberg sueco, han recalado con éxito también en nuestro país, viéndose en casas como el Mercat de les Flors barcelonés, los madrileños Teatros del Canal o el sevillano Teatro Central, espacios donde el creador ya cultiva seguidores.

En la nueva Unheart, Van Dinther hace parte del elenco de los ocho bailarines que toman el espacio de la Galería W139 en medio del bullicio del barrio rojo de Ámsterdam, y por cuatro horas nos invita a presenciar un ritual que toca el lamento. El público tiene libertad de entrar y salir cuando lo desee en este largo periodo de tiempo, sin embargo, la propuesta atrapa de tal manera que se hace difícil alejarse de este mundo creado con voces y cuerpos, acoplados de tal manera que realmente hipnotizan.

Van Dinther, que ha creado casi siempre un discurso muy apoyado por elementos escenográficos y luces, por imagen y sonido, reduce notablemente estos recursos en Unearth y aún así, ha mantenido a su audiencias enganchada durante varias horas. La galería W143, la locación seleccionada en esta ocasión, le ofrece un espacio totalmente blanco y diáfano con altos techos, por donde entra la luz natural de esta soleada tarde veraniega en Ámsterdam. Al público se le ofrece un cojín, en caso que desee sentarse, y cuando la audiencia accede al espacio, ya  los bailarines están esparcidos por el blanco lugar, aparentemente, sin ningún tipo de orden. Hay un dueto, ya en desarrollo, que recibe a los espectadores al entrar. Seguidamente, cuerpos moviéndose muy suave y lentamente a medida que cantan canciones pop al unísono pero sin renunciar a las armonías de los tonos vocales individuales, que hacen que la experiencia sea altamente sensorial, llevándote de manera irremediable a un estado de trance.

 

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Cuerpos escudriñados

Los intérpretes parecen escudriñar en sus propios cuerpos y el de los otros. Se agrupan en dúos, tríos o cuartetos, casi siempre buscando apoyarse los unos a los otros. Muchas veces, rozan muy de cerca a los espectadores que observan y se quedan allí, cohabitando a ratos el espacio con ellos. Parecen buscar compañía y apoyo, como borrando esa distancia conceptual que existe entre el que observa y el que es observado, cuestionando quizá, una vez más, el concepto aceptado como espacio escénico.

A medida que pasa el tiempo, los performers van intensificando la entonación de sus voces, al tiempo que sus cuerpos van mostrando signos de cansancio. La propuesta parece ser una libre interpretación del tiempo y el espacio, donde el público forma parte del elemento escénico. Sin embargo, transcurridas dos horas exactas se llega a un calculado clímax y, con precisión de relojería, la estructura comienza de nuevo en una suerte de bucle, que es reconocible sólo si has estado como audiencia desde el inicio.

Las voces de los bailarines actúan como un potente coro, en el que muchas veces una sola voz es líder. Esta repetición, mantenida impecablemente por un grupo de intérpretes que llevan en sus entrañas el lenguaje corporal y la investigación física, conduce al trance que provoca esta propuesta que termina incorporando en su totalidad la voz como elemento fundamental.

Contrario a sus hábitos escénicos, Van Dinther minimiza el “aparatus teatral”. Lejos de diseñar una iluminación hace alianza con la naturaleza y el final de la representación corre en paralelo con el atardecer, usando la paulatina ausencia de luz natural como efecto lumínico y es así como terminamos en el espacio de la W139 totalmente a oscuras. Los bailarines son ahora sombras pero se siguen escuchando sus voces… un canto que nos acerca aún más a un lamento muy profundo, vulnerablemente humano.

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