UN MONSTRUO INSACIABLE
Expectación no faltaba. Anoche, Daniel Abreu estrenó en el marco del Festival Madrid en Danza su nuevo dueto ‘El arco’. Fuimos a verlo y esto nos pareció…
Texto_OMAR KHAN Foto_marcosGpunto
Madrid, 23 de abril de 2022
En un momento temprano de su carrera el creador británico Akram Khan, hoy por las nubes pero entonces a la altura de la vista, disolvió su compañía y salió corriendo. Se asustó por la tremenda presión que estaba recibiendo con cada estreno y definió al público como ese monstruo insaciable que no solamente siempre quiere más de lo que le ha gustado sino mejor. No es que El arco, la nueva creación de Daniel Abreu estrenada anoche en el Teatro de La Abadía, en el marco del Festival Madrid en Danza, sea fallida, decepcionante o defectuosa. Nada más lejos. Pero es inferior al dueto La desnudez y al solo El hijo, sus dos creaciones anteriores, de las más de sesenta que ya ha estrenado. También es verdad que no se puede exigir a un artista que se supere a sí mismo en cada proyecto porque no es justo.
Sin embargo, si no tuviésemos esos dos monolíticos antecedentes, estaríamos hablando del El arco como un prodigio y un hallazgo. El coreógrafo y bailarín tinerfeño, una vez más (bien) acompañado en escena por Dácil González, no se ha mudado de planeta. Se sigue moviendo en las muy definidas coordenadas estéticas de su universo, siempre fascinante, que hermana a sus obras. Se verifica y reafirma la potencia visual de su puesta que ahora se mueve entre rojos y verdes absolutos con abundante humo, y una tenue, temblorosa y cambiante luz casi siempre estroboscópica, elementos que recortan difusas las dos figuras de los bailarines como sombras, como seres enigmáticos y borrosos que parecen no querer darse a conocer al público pero que se cuidan y arropan el uno al otro como si algo les acechara constantemente desde la platea. Encima, van teñidos de negro, lo que acentúa esta suerte de intencionado anonimato.
Si tienes a un músico en directo, en este caso a la violonchelista Elisa Tejedor, pero usas poco sus intervenciones para bailar, dejándola a su aire, lógicamente comienza a cobrar protagonismo fuera de la propuesta como si fuese un recital. Y es que algo ocurre con su intervención que siempre –aún cuando están los tres en escena- termina pareciendo ajena al universo en el que se mueven y al que, por derecho y sin equívoco, pertenecen los dos bailarines, pero ella no consigue integrarse.
Imágenes de gran belleza y poesía no faltan en El arco. La danza sosegada, sin exaltaciones ni golpes de efecto, fluye y convence. El entendimiento entre los dos intérpretes es energético, casi místico. La ya reconocible atmósfera enigmática, a veces tirando a malsana, tan propia de Abreu, sigue siendo elemento determinante y clave. La música es sugerente y los colores expresivos. Pero, con todos estos méritos, es obra inferior a las superlativas La desnudez y El hijo. Y a lo mejor, aún cuando nadie nos había prometido nada ni nos había hablado de una trilogía, habíamos venido convencidos de que íbamos a ver cómo Daniel Abreu se superaba, aún más, a sí mismo. No queríamos solamente continuidad.
Ya lo dijo Akram Khan. Los del público somos así: un monstruo insaciable…