LA BELLA VALENCIA
Se estrenó anoche esta versión teatral que explora una parte de la vida intensa de la bailarina Tórtola Valencia. Hasta el 7 de marzo se presenta en Matadero. Allí estuvimos y esto nos pareció…
Texto_OMAR KHAN
Madrid, 19 de febrero de 2021
La apodaron La Bella Valencia, quizá siguiendo la estela de La Bella Otero. Debutó en el Gaity de Londres, en 1908, bailando Havana. Un año más tarde, ya era una invitada del prestigioso Folie Bergeré de París. Carmen Tórtola Valencia (Sevilla, 1882 – Barcelona 1955) ha sido bautizada como la Isadora Duncan de España y es quizá uno de los personajes más relevantes, deslumbrantes y desconocidos de nuestra danza. Cierto es que fracasó en su debut madrileño en el Teatro Romea, en 1911, tal vez porque fue presentada como otra de las tantas bailarinas de varietés que se buscaban la vida en la ciudad. Pero nada más lejos. Conquistó Europa, fue una deidad que arrastraba masas en Latinoamérica.
Era cultísima, hablaba varios idiomas, y hay constancia de que asistió a representaciones de Isadora y Loïe Fuller, que le sirvieron de inspiración. Aunque le llamasen la Duncan española estaba más cerca de la pionera norteamericana Ruth Saint Denis, con esa pasión por las danzas exóticas (orientales, africanas…), reinventadas en un vocabulario personal y avanzado para la época. Fue gran bailarina. Explotó la sensualidad pero también fue una luchadora por los derechos de la mujer y una ferviente republicana en tiempos del franquismo más duro.
Pero casi nada de esto, salvo lo último, aparece en Tórtola, la producción valenciana que se estrenó anoche en las Naves del Español –Matadero- bajo dirección de Rafael Calatayud a partir de la pieza teatral de Begoña Tena. La dramaturga de Castellón, lícitamente hay que subrayar, hace un sesgo en esa vida y se centra en la Tórtola militante, en la implicación política y pensamiento liberal de la artista. De hecho, la escena más lograda y verdadero núcleo dramático de la representación se centra en el momento en que Tórtola y Ángeles Magret Vila, su amante velada camuflada como asistente (otro rasgo por el que pasa de puntillas) reciben la visita de la dramaturga conservadora Pilar Astray-Millán, la hermana del militar franquista y autora de la célebre La tonta del bote.
Rafael Calatayud, desde la dirección, hace amago de crear un musical pero le sale una obra de teatro con canciones. La puesta en escena, discreta, suele sobreponer un filme en blanco y negro sobre la ya barroca escenografía, lo que crea un amasijo visual no siempre eficaz, mientras la danza, un elemento que parecía fundamental en la historia de una bailarina, brilla por su ausencia. María José Peris, Resu Belmonte y Anna Casas sostienen con temple y credibilidad sus papeles desde lo actoral pero no tanto desde lo musical, tal vez porque las canciones se encajan de manera muy forzada en la estructura inequívocamente teatral y dialogada de la pieza.
El sesgo narrativo en una vida intensa y apasionante, como la de Tórtola, funciona mejor en teatro cuando el personaje es ampliamente conocido y el foco en un único aspecto de su vida sirve para desvelar nuevas aristas de su personalidad. Begoña Tena está en su derecho, faltaría más, de abordar al personaje desde donde quiso. Ya lo dice en las notas del programa: “Tórtola no tuvo una vida sino muchas diferentes”. Y ella escogió una. Queda pendiente entonces que la danza, el teatro o el cine, cuenten las que faltan, un biopic en toda regla para que el público de hoy tenga una aproximación más rica y detallada a La Bella Valencia, una de las bailarinas más internacionales, importantes e injustamente soslayadas por la historia de la danza de nuestro país.
