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AIRES ANDALUCES

Es el momento de Mario Bermúdez y su compañía Marcat Dance. Mañana inauguran el Festival Dantzaldia, pasado bailan en la Cuarta Pared. La semana que viene estarán en el Festival Prisma, de Panamá, y el Museo Universidad de Navarra trae una pieza suya con el Ballet de Gales.

 

Texto_OMAR KHAN

Madrid, 25 de septiembre de 2019

Premios en el certamen Burgos-Nueva York 2019 y 18Masdanza, en el Certamen de Duetos de Rotterdam (2018) y en el certamen coreográfico de Copenhague 2018. Funciones triunfales en el legendario festival Jacob’s Pillow, de Estados Unidos. Piezas de encargo en compañías tan reputadas como la Compañía Nacional de Danza o el Ballet Nacional de Gales. Giras por Europa, Oriente Medio, Asia y América. La revista norteamericana Dance Magazine los incluyó en su reputada predicción 25 to watch… Parece mucho para una compañía que apenas nació en 2016 y tiene su sede en Vilches, un plácido pueblo de Jaén. Pero es innegable que el trabajo de Mario Bermúdez y su joven proyecto Marcat Dance ejercen fascinación allí donde llegan.

La racha sigue. Mañana, 26 de septiembre, inaugura la vigésima edición del prestigioso Festival Dantzaldia de Bilbao, con la versión dueto de su creación Alanda, que se verá al completo (foto superior) el viernes 27 dentro del ciclo Territorio Danza, de la Sala Cuarta Pared, de Madrid, justo antes de emprender viaje hacia Panamá City, invitado por el Festival Prisma, el más prestigioso del país centroamericano. Y un poco más tarde, el 4 de octubre, el Museo Universidad de Navarra presentará su creación Atalay (foto inferior) bailada por el Ballet Nacional de Gales, que debuta en Pamplona.

“Me encanta la locura, me fascina el riesgo pero al mismo tiempo apunto cada vez más a una vida simple. Vilches me inspira de otra manera, estamos rodeados de sierras, hay una temperatura ideal, la vida es tranquila, y eso deja salir lo más profundo, lo auténtico y verdadero. No soy solamente coreógrafo, también soy padre, tengo pareja, y todo eso va conectado. Intentamos asentarnos en Madrid, luego en Sevilla, pero al final terminamos aquí”, confiesa este coreógrafo andaluz que hace años sintió fascinación por el peculiar trabajo físico de Batsheva Dance Company, de Israel, y terminó trabajando para su director Ohad Naharin, en Tel Aviv, durante cuatro años (2012-16).

Entre medias tuvo experiencias en Nueva York con Galim Dance, que dirige Andrea Miller, otra enamorada de Batsheva. Pero Andalucía es un imán para su sensibilidad metálica y se vio impelido a volver. Decidió regresar a su pueblo de Jaén, ésta vez acompañado de la “gaga teacher” Catherine Coury, pareja sentimental y profesional, una hija, y un proyecto ambicioso: Marcat Dance.

Fue en Tel Aviv donde afloró en el bailarín andaluz su vena creativa, algo que siempre estuvo allí. Su primer intento, Alanda, ha devenido en éxito. Tras varias piezas cortas, docencia, muchos viajes, una hija y la creación de Marcat Dance, terminó estrenando Anhelo, su segunda creación de envergadura, en el marco privilegiado del Festival Itálica, de Sevilla, este mismo verano. “Es una pieza más personal y viene de allí, justamente, de un anhelo que tenía. De las ganas de innovar, de montar una creación con bailarines internacionales, de crear poesía desde la danza”.

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¿Está su trabajo influenciado por el de Batsheva?

Reconozco esta influencia en mi trayectoria, no la niego. Ya la tenía antes de Tel Aviv. Para mí no era nuevo lo que hacían en Batsheva pero estando ahí sentí que desde ese lenguaje se podía innovar, emprender una búsqueda propia. Yo dejo que la gente vea lo que hago y que lo juzgue. Si le parece que el lenguaje conecta con lo que se hace en Israel no me molesta para nada. De ahí vengo. Pero lo que ya no me gusta tanto es que comparen una pieza mía con otra de allá porque en lo creativo busco algo personal y único, lo hago desde mi mente, mi corazón y el propio movimiento.

Viene del mundo del hip hop ¿es también una influencia?

Es verdad que empecé en danza desde el hip hop pero no me desarrollé en este lenguaje. Yo tomaba apenas una clase a la semana. De lo que me enamoré fue del amplio rango y posibilidades que descubrí en la danza contemporánea [desarrolló sus estudios en el Centro Andaluz de Danza CAD, 2008-10].

¿Y lo de hacerse coreógrafo?

Siempre fui muy creativo en cuanto al movimiento. En mi pueblo solía organizar actividades con mayores o con jóvenes y ya me interesaba crear movimientos propios. Estando con Batsheva reflexioné sobre este interés por innovar, inventar pasos, crear atmósferas, y por conectar la danza con tradiciones de mi tierra, con la cultura andaluza. Sentí curiosidad por explorar este mundo. Y de allí nació Alanda, mi primera pieza.

¿Desde dónde crea?

Todas mis piezas salen de un sentimiento personal. Lo primero es lo emocional. Alanda viene de una emoción. Hice esa pieza en Israel pero nace de lo mucho que echaba de menos Andalucía. De hecho, la convivencia de culturas que hay en Israel, con judíos, cristianos y musulmanes no hacía más que recordarme al antiguo Al Andalus, lo que fue Andalucía en otro tiempo. Por eso la obra tiene mucho de ritual, de sensaciones que evocan aquella otra Andalucía. A mí es que la inspiración siempre me viene de las sensaciones, de los colores que veo, de los olores que siento. Primero entra eso, y después viene desarrollar la pieza, crearle estructura, montarla.

Se va ahora a Taiwan a crear una coreografía para una compañía de allí. ¿Es fácil trabajar con equipos que no son su compañía?

No siempre. Llegas con una idea pero luego todo depende de los bailarines que tengas, no solamente del nivel, sino de su disposición y la relación entre ellos. Yo intento adaptarme. Hay que tener paciencia pero si ves que no vas a llevarlos donde quieres, entonces debes tener previsto un plan B, que consiste en ver lo que pueden ofrecerte y sacar el mayor partido a lo que te den.

¿Ocurre con frecuencia?

Sucedió en Gales, con la obra que se verá en Navarra. Había muchas limitaciones, yo la había pensado para más bailarines y cuando llegué solo tuve cuatro. Entonces activé el plan B y centré la pieza alrededor del número cuatro. La creación se llama Atalay y viene de la Atalaya, ese torreón en la montaña desde el que divisas el paisaje, adviertes de un ataque y vigilas desde las cuatro esquinas. Como el número mandaba, dividí la obra en cuatro secciones, que se corresponden a su vez con los cuatro elementos. Salió un poco árabe, la verdad. Estaba ocurriendo toda esta tragedia en Siria y quería recordar que la comunidad árabe existe. Soy humano antes que bailarín y por eso intento que las emociones estén siempre en mis piezas.

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