CLUG & SCHOLZ
Con un programa contrastado sobre la vida según Scholz/ Beethoven y la muerte, desde la óptica de Clug/Pergolesi, debuta mañana en el Gran Teatre del Liceu la potente agrupación canadiense
Texto_ALBA ANZOLA Fotos_SASHA ONYSHCHENKO
Madrid, 13 se septiembre de 2019
Aunque se ubica el surgimiento del hoy floreciente movimiento de vanguardia de la danza de Quebec en los ochenta, con figuras deslumbrantes como Marie Chouinard o Edouard Lock, quien dirigió en su momento la ya legendaria compañía La la la Human Steps, lo cierto es que como piedra angular de la danza por venir ya estaba allí Les Grands Ballets Candiens de Montreal, compañía que desde su fundación, en 1957, ha sido emblemática de la danza en el país norteamericano. Desde luego ha ido pasando por diferentes períodos pero casi siempre se ha mantenido a la vanguardia del momento y se ha comportado como esas potentes agrupaciones europeas que, durante la segunda mitad del siglo XX, fueron amoldándose a los vertiginosos cambios de gustos, tendencias y estética de cada momento.
Esta reputación le precede y ahora aparecen renovados y reinventados en el Teatre El Liceu, de Barcelona, desde mañana 14 de septiembre y hasta el 19, con dos muestras de la línea y estilo que le quiere imprimir su nuevo director artístico, Ivan Cavallari (Bolzano, 1964), que ha enfrentado las dos caras de una misma moneda en un programa de luz y oscuridad, que es al unísono duelo y celebración de la vida. Por un lado, pidió al creador rumano Edward Clug (de quien conocimos en Madrid su extravagante Radio & Juliet, adaptación de la obra de Shakespeare a la música de Radiohead) su coreografía Stabat Mater (2013) que, sobre música de Pergolesi, aborda desde un sentido más bien trágico el tema de la muerte, aprovechando la carga emocional que ya tiene la música que fue compuesta por el malogrado compositor, a sus 26 años, en la proximidad de la muerte y teniendo como inspiración la fortaleza de la Virgen ante su hijo crucificado. Y por otro, quiso remontar la Séptima sinfonía, del coreógrafo alemán Uwe Scholz (Alemania, 1958-2004), obra festiva y vital como la música de Beethoven, que también la compuso en su lecho de enfermo, pero padeciendo un mal pasajero que no ponía en peligro su vida.
Los dos coreógrafos, uno en plena forma y el otro ya fallecido, se han movido dentro de las coordenadas del ballet neoclásico aunque guardan grandes diferencias, pero los dos parecen emblemáticos de la línea que Ivan Cavallari quiere imprimir a la agrupación canadiense. De hecho, en la nueva temporada que la compañía inicia este mismo otoño en la efervescente Montreal, el director artístico vuelve sobre Clug, recogiendo ésta vez su versión de Carmina Burana, que desde el 3 de octubre se podrá ver en la ciudad canadiense en todo su esplendor junto a Stabat Mater, y regresa, en febrero próximo, a la adaptación de la Séptima de Beethoven, ahora acompañada por la celebérrima Quinta Sinfonía, en versión del americano Garrett Smith.
Les Grands Ballets Canadiens atesora un extenso repertorio que bien podría ilustrar el devenir del neoclásico internacional desde la segunda mitad del siglo pasado. En la lista figuran autores pioneros como Balanchine o Tudor, pero también coreógrafos de la talla de Mats Ek, Jiri Kylián, Ohad Naharin o Nacho Duato, de quien vienen remontando piezas desde 1990. Lógicamente, para abordar estos repertorios tan disímiles y complejos, requieren de bailarines versátiles y perfectamente entrenados. Desde mañana, cuando aborden en el Liceu Barcelona dos obras emocionalmente en las antípodas como las de Clug y Scholz, se podrá comprobar esta característica, que ha sido su aval desde su fundación en 1957 por parte de Madame Chiriaeff, bailarina y coreógrafa hija de inmigrantes rusos, que soñó con dotar a Montreal de una compañía tan innovadora y potente como las que florecían durante aquellos años en Europa.