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Vértigo

La Compañía Nacional de Danza repone (del 1 al 9 de junio) en Teatros del Canal de Madrid un programa dedicado a William Forsythe. Te contamos, con ayuda de expertos, las razones de su genialidad. La mala noticia (o buena según se mire) es que las entradas están completamente agotadas

 

 

Texto_OMAR KHAN Fotos:JESÚS VALLINAS

Madrid, 27 de mayo de 2019

La página oficial de William Forsythe (www.williamforsythe.de) está dedicada a su obra plástica reciente, destacando muy especialmente su exposición The fact of Matter, que ha sido vista en el Museo de Arte Moderno de Frankfurt (MMK) y la Akademie Der Kunst, de Berlín. Nadie lo diría pero se trata de la web oficial de uno de los más innovadores y fascinantes coreógrafos del siglo XX, el artista que trajo rayos y huracanes de modernidad al adormilado y ensoñado mundo del ballet académico en los años ochenta, cambiándolo de manera radical. Pero para él, esa danza, que fue espectacular e intelectual a un tiempo, es hoy parte del pasado. Ha dado un giro en su largo proceso creativo en constante evolución, que le ha llevado desde la dirección del Ballet de Frankfurt, donde permaneció 20 años (1984-2004), pasando por la aventura del laboratorio de experimentación que fue su propia compañía, la Forsythe Company (2005-2015, hoy reconvertida en la Dresden Frankfurt Dance Company, bajo la dirección de su discípulo Jacopo Godani), hasta quedarse en solitario en este mundo de la performance y la instalación.

No obstante, la ausencia de referencias a aquella danza en su web de artista plástico no supone una renuncia a su legado de coreógrafo innovador. Él lo sabe. Las grandes compañías de todo el mundo, las más relevantes, las que son referencia, mantienen viva su obsesión muerta, con sus viejos trabajos activos en sus repertorios y girando constantemente por el orbe. José Carlos Martínez, desde la Compañía Nacional de Danza, ha tenido manifiesto interés por ese trabajo y ha armado una Sesión Forsythe, la segunda desde su llegada a la dirección artística del ente público hace ocho años, que reunirá esta semana en Teatros del Canal, de Madrid, tres piezas muy significativas, que ya fueron vistas hace dos temporadas en el Teatro Real capitalino con indiscutible éxito: Artifact Suite (1984 / 2004), The Vertiginous Thrill of Exatitude (1996) y la muy sugerente Enemy in the Figure (1990).

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Deconstructor

William Forsythe (Nueva York, 1949) ha ido avanzando indetenible en sus búsquedas estéticas que se iniciaron en sus años mozos de rockero en las calles de su pueblo cerca de Long Island y como aspirante a bailarín estrella en el neoyorquino Joffrey Ballet más tarde, para terminar en Europa como deslumbrante promesa coreográfica en el Stuttgart Ballet alemán, preámbulo a su reinado como director artístico del Ballet de Frankfurt, hoy extinto, que en sus manos dejó de ser una compañía de repertorio académico como tantas otras para convertirse en el colectivo de ultravanguardia que dejó perplejo al mundo académico y conservador al reinventar, deconstruir, estilizar, contaminar y modernizar la técnica clásica.

“Forsythe creó una nueva idea, inventó una nueva concepción para el ballet”, reflexiona su exbailarín y repetidor, el norteamericano Maurice Causey, que se ha encargado de remontar para la CND Artifact Suite. “Cuando entré en el Frankfurt en 1991 improvisar era algo muy ajeno a lo que yo hacía, eso era cosa de contemporáneos. Mi influencia más moderna era Balanchine pero su visión lo cambió todo, era totalmente innovador, fue un descubrimiento para mí. Él rompe la frontalidad, la cuestión en Forsythe es un asunto espacial, la danza no se produce en proscenio para lucir sino que abarca todo el espacio y eso es una visión muy avanzada, muy contemporánea”.

La revolución Forsythe de los ochenta y noventa suponía un cambio radical no solamente en cuanto a la técnica sino que traspasaba líneas rojas que ningún creador neoclásico se había atrevido a cruzar. Prescindió de la narrativa y vino a decir que el ballet no solamente era útil para contar cuentos de hada con aires naif sino que podía vibrar con la sensibilidad artística de nuestro tiempo. Sus referentes abarcaban desde las investigaciones del teórico del ballet Rudolf von Laban hasta la filosofía de Roland Barthes o la poética desgarrada del escritor japonés Yukio Mishima, que fue inspiración para The Loss of Small Detail (1991), una de sus obras más deslumbrantes. Abstracto y enigmático, atrevido y desestabilizador. Así era su trabajo, en el que ejercía un control escénico total.

La luz, usualmente impersonal, de neón frío, los trajes ajustados o la escenografía, siempre cercana a la instalación, eran parte integral del todo. La música, generalmente creada por su colaborador, el compositor holandés Thom Willems, se oía como una metralla a decibeles excesivos mientras los bailarines se movían a toda velocidad, casi frenéticamente, a partir de los preceptos de la técnica clásica pero ignorando eso que llaman el rigor académico, adquiriendo la libertad que solo puede ofrecer la improvisación, una práctica habitual del contemporáneo hasta entonces impensable en una compañía de ballet académico. Un exagerado uso de las extensiones empuja a los intérpretes a crear con sus cuerpos formas estilizadas y antinaturales, mientras recitan textos a gritos. La proeza física ocurre pero puede que en un segundo plano. Tales son las señas de identidad de este creador adicto al vértigo y siempre en los límites, que deslumbró con coreografías sorprendentes e ingeniosas como Eidos/Telos (1995), Artifact, su clásico In The Middle Somewhat Elevated (1987), Enemy in the Figure o One Flat Thing, Reproduced (2000).

“Yo creo que In the Middle… es ejemplar. Tiene una emergencia, una tensión, que fascina a cualquiera”, se decanta convencida Agnés Noltelius, exbailarina franco-germana que vivió los procesos de Frankfurt y hoy se encarga de remontar algunas de sus piezas, como este Artifact que ha recreado junto a Causey para la CND. “Desde luego, siempre hay gente que encuentra a Forsythe ruidoso, estridente y difícil, gente que preferiría ver un ballet tradicional. En sus trabajos, lo que se percibe desde fuera es que los cuerpos están siempre al límite de lo que pueden hacer, que hacen cosas que transgreden sus propias fronteras, que rebasan el marco de la danza académica. Y eso produce fascinación en algunos y rechazo en otros”.

No fue fácil este proceso de transformación. Cuando llegó a Frankfurt, Forsythe se propuso desmantelar todos los prejuicios y nociones de ballet que tenían tanto el público como los bailarines. Democratizó a la compañía, colocando a todos al mismo nivel y rompiendo con la estricta tradición de las categorías. Y retó al público conservador que, en ocasiones, huyó despavorido. “Al principio fue muy complicado”, admite Noltelius, “la compañía perdió mucho público, hubo rechazo ante tanta novedad pero al mismo tiempo empezó a ganar y seducir a otra audiencia totalmente ajena al ballet. Y consiguió fidelizarla”.

La exbailarina española Ana Catalina Román también lo recuerda. Ella ya bailaba en el Frankfurt Ballet antes de que llegara Forsythe y con él prosiguió hasta que se retiró de los escenarios, en 2000, llegando incluso a ser su asistente en varias creaciones. Vivió esa transición y así la recuerda: “Cuando estrenó Urlicht [para el Stuttgart Ballet, en 1976, su primera pieza todo el mundo percibió que se trataba de algo nuevo e importante, todos sabíamos que era algo rompedor y magnífico. Y ya con Gänge [1983] y Die Befragung des Robert Scott [1986, todo un escándalo en el Festival de Avignon] vino el cambio radical. Son piezas importantes de su primer período. Antes de eso, la gente venía a vernos bailar Giselle, era un público de jubilados vestidos de gala. Pero en una función de Gänge en la Ópera de Frankfurt vi a un chico punk con el pelo verde sentado en el balcón y supe que algo había cambiado. Nunca antes tuvimos a un público así”.

Su proceso de creación estaba profundamente enraizado en sus ideas y creencias, en un concepto, en una manera muy específica de hacer y entender el ballet. “Las ideas en Forsythe se manifiestan a través de lo físico”, puntualiza Ana Catalina Román, que se ha responsabilizado del remontaje para la CND de su enigmática Enemy in the Figure y que sigue activa en la enseñanza desde el Conservatorio Superior de Danza María de Ávila. “El discurso de una pieza como Artifact es físico, tiene que ver con la forma, con la manera en que se mueve el cuerpo de baile. Él sabía llegar al impacto emocional desde el movimiento. En el proceso iba esculpiendo y modelando, y el estreno para él era apenas el inicio. Iba modificando y cambiando constantemente”.

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Fascinante y desconocido

El éxito de Forsythe con su innovadora propuesta fue arrollador y definitivo para el mundo del ballet. Sin embargo, en algún sentido, sigue siendo polémico e incomprendido, al menos en España. José Carlos Martínez, como director de la CND, admite que no hay punto de comparación entre el interés masivo que suscita un montaje al estilo tradicional de  ballet como El Quijote y el muy cauteloso que despierta ahora la Sesión Forsythe. “Es un creador fascinante pero sigue siendo un desconocido. Me pasó lo mismo con Mats Ek. Los programadores no lo quieren. Es curioso. Los que prefieren el clásico lo encuentran demasiado moderno y los que se inclinan por lo contemporáneo, lo sienten demasiado clásico. La gente no lo tiene encasillado en ninguna parte y eso supone un problema a la hora de moverlo”.

Pero no se arrepiente. Forsythe es una pieza clave en el modelo de compañía que quiso para la CND, un ente ahora muy flexible que se mueve entre el repertorio académico y el más contemporáneo, lo que necesariamente implica pasar por este creador del que Martínez guarda recuerdos muy especiales. “A Forsythe lo conocí en el 90 montando In The Middle… cuando yo bailaba en el Ballet de la Ópera de París. El proceso de esta pieza fue una revolución en la compañía. Dura 20 minutos y en ese corto tiempo cambió todo lo que estábamos acostumbrados a hacer. Iba más allá de Balanchine, mostró hasta dónde se podía llegar con la técnica clásica. Era muy rápido, te pedía muchas cosas y te ponía a improvisar. La música iba a todo volumen, las chicas iban en zapatillas de punta, abrió horizontes al ballet, lo mezcló con muchas cosas, unió dos mundos. Yo conecté rápidamente, me gustó, sentí que me ponía las pilas, me ponía a hacer esas cosas que ‘no se debían’ hacer. Tenía todo, esa rapidez, esos movimientos abiertos hasta el límite…”.

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