LA NUEVA DANZA COLOMBIANA: REIVINDICATIVA Y FEROZ
Culmina hoy la 6º Bienal de la Danza de Cali, donde la danza del país latinoamericano exhibió músculo, fuerza y rabia a través de 27 compañías seleccionadas por su director Juan Pablo López. Allí estuvimos y así lo vivimos…
Texto_OMAR KHAN
Cali, 13 de noviembre de 2023
Visiblemente emocionado, Juan Pablo López Otero, director de la Bienal de la Danza de Cali, que concluyó hoy con éxito arrollador su sexta edición en la ciudad colombiana, recuerda el comentario sincero de un bailarín de Incolballet, la compañía de danza clásica de Colombia, que el año pasado confesó en público que la Bienal le había cambiado la vida. En un solo día aquel bailarín había visto a Kibbutz, la compañía de Israel; el Ballet Preljocaj, de Francia y la compañía de butoh japonés Sankai Juku. En apenas unas horas, pudo ser testigo de tres maneras diferentes de entender y hacer la danza que él ni imaginaba que existían. Se le abrieron entonces un sinfín de posibilidades.
“Más que una visión de la danza contemporánea, queremos aportar una visión contemporánea de la danza”, nos explica López Otero refugiado en su oficina en la sede de Proartes -organismo oficial que abraza el evento-, comiéndose a hurtadillas un bocadillo durante un descanso fugaz de la vorágine que le supone la Bienal. “Nosotros no pensamos a mediano ni a corto plazo. Cuando empezamos nos planteamos diez ejes temáticos para una década, que aún no damos por cubiertos. Nos hemos concentrado en cuatro: las afro contemporaneidades, los rituales, las tradiciones y el diálogo de la danza con otras disciplinas”, nos explica.
En el apartado de los rituales se inscribe Pacífico entundao, una producción propia de la Bienal, que inauguró el encuentro dancístico el pasado 07 de noviembre, reuniendo a la Orquesta Filarmónica de Cali, el Coro Desepaz y la agrupación en ascenso Sanfoka Danzafro, de Medellín, que abrirá con una propuesta anterior de su director, el coreógrafo Rafael Palacios, la próxima temporada del célebre Joyce Theater, relevante casa de la danza de Nueva York, y emprenderá una gira europea el año que viene, que incluye Barcelona e Islas Canarias.
Pacífico entundao (en la foto inferior) resume y representa la postura reivindicativa de la danza colombiana que quiere ofrecer la Bienal. Inspirada en el personaje fatídico de La Tunda, figura mítica, nefasta y temida del Pacífico Colombiano, se apoya en una leyenda espiritual de la cultura de los negros, que en realidad es pretexto para hacer énfasis en la persistencia de la desigualdad, discriminación, violencia y racismo actual en la región, como si fuera una maldición ancestral aún en curso. A su vez, el lenguaje de Palacios se balancea con toda comodidad entre los usos de la danza contemporánea y las danzas locales el currulao y el cucurucho, propias del afro colombianismo. Con una energía desbordante, su equipo de magníficos intérpretes, todos negros, desplegaron con precisión y entrega esta danza híbrida.
Bad News
“Queremos poner en valor el poder transformador de la danza y las capacidades del potencial que tiene Colombia para hacer realidad este cambio, porque creemos firmemente en el poder de la danza colombiana”, nos dice convencido López Otero, que diseñó el festival con doce compañías internacionales frente a 27 colombianas.
De la generosa oferta local, destacó Wangari, otro colectivo, también de Medellín, mucho más reivindicativo, directo y menos poético que Sanfoka. Un equipo de bailarines incansables, de una resistencia física admirable, resolvía con aparente facilidad las exigencias múltiples de La verdad negada, una coreografía que no da tregua. El grupo se mostró feroz y enfurecido, atacando a los periódicos y sus fake news racistas, que ofrecen una mirada sesgada de una realidad de violencia, explotación, abuso sexual, acoso laboral y otras calamidades del día a día de la población negra. Paralizaba la carga de odio que transmitía este trabajo firmado por la creadora Yndira Perea Cuesta, directora de Wangari, agrupación que toma su nombre del de la activista política, feminista y ecologista keniana Wangari Muta Maathai, Premio Nobel de la Paz.
Nos explica Juan Pablo López, que la Bienal nació de la fusión del Festival Danza Cali, que él mismo dirigía desde la Alianza Francesa y el Festival de Artes de Cali, que tenía un perfil más popular y tradicional, y daba visibilidad a la naturaleza bailonga de esta amable ciudad de salsa y danzas populares, conocida como la Sucursal del Cielo. “A partir de esta fusión empezamos a crear el monstruo que es la Bienal, un frankestein al que entonces había que ponerle ojos, patas y cabeza. Teníamos claro que no queríamos una bienal de danza contemporánea en el sentido convencional. Cali es más de folclor pero yo no soy folclorista, ese no es mi mundo”.
Llegaron así a esos ejes que no desdeñaban para nada las tradiciones pero siempre vistas desde una perspectiva contemporánea. Concierto en 6/4 para zapateo es ejemplar e ilustrativa, con su reinvención del joropo, baile popular desplegado en forma de performance y neofolk, por la Compañía D’raza, de Villavicencio. Aunque todavía no termina de atreverse a una ruptura más radical (matar al "padre folclórico" de una puñalada certera le vendría bien), está en la ruta. A medio camino entre el concierto en directo y la performance, la obra nos presenta el joropo como primo lejano del flamenco con su zapateado y pariente ancestral del duelo de raperos con su insólito contrapunteo de voces. Las maracas de la tradición y los sonidos punzantes de la guitarra eléctrica dan una visión definitivamente renovada y contemporánea al joropo llanero.
Bogotá cosmopolita
“Aquí en Colombia, Bogotá es la ciudad que está volcada principalmente a la danza contemporánea. Allí se desarrolla el panorama de la nueva creación”, nos dice López Otero (en la foto) sobre la participación de la capital en esta sexta edición de la Bienal de Cali. “El festival Danza en la Ciudad, de Bogotá, es diferentísimo a la Bienal, que se centra sobre todo en los temas de identidad”. Lo demostraron en esta edición dos compañías bogotanas muy diferentes pero herederas ambas del mainsteream de la danza contemporánea europea: Cortocinesis, de hecho con un pie en Bogotá y otro en Toulouse, y L’explose, durante años el buque internacional insignia de la danza colombiana en el exterior.
Desde una danza-teatro muy obsesionada con el gesto, la coreografía Fantasmas, de Vladimir Rodríguez, de Cortocinesis, ofreció una personal e ingeniosa mirada sobre la muerte, no desde la ausencia sino la presencia: la de un cuerpo femenino inerte manipulado por otros bailarines que simulaban fuerzas, quizá sobrenaturales, y traían a este mundo como presencia física un cuerpo que ya definitivamente era ausencia. En cambio, L’explose, a petición de la Bienal, interesada en agregar a su catálogo una mirada a danzas populares y urbanas del exterior, remontó Tu nombre me sabe a tango, una revisión (bastante espectacular) del tango tradicional por parte de Tino Fernández, creador español, fundador de la relevante compañía, ya fallecido, que nos condujo hasta un Buenos Aires de ensueño, en una puesta de impecable realización.
La otra mirada a una danza popular del exterior iba a ser el flamenco español, pero la compañía de la madrileña María Pagés, en un gesto todavía inexplicable para los organizadores de la Bienal, canceló su actuación a último momento, cuando ya había vendido más de la mitad del aforo. En cualquier caso, dentro de la oferta internacional hubo participación española con Poliana Lima, que agotó las entradas para la función de su conmovedor unipersonal Hueco, y en los territorios de la performance, el gallego Javier Martín, con su propuesta Figuras del umbral.
Numerosos talleres y actividades paralelas terminaron de dar forma a esta sexta edición de la Bienal de Cali. Hubo un ciclo de cine que incluyó la proyección de dos producciones catalanas (Bailar la locura, de Marta Espar y Sonoma, de La Veronal) que se anunciaron como preámbulo al Foco Cataluña, que será presentado en la edición de la Bienal de la Danza de Cali 2025.
En esta edición, como es lógico, la danza colombiana tuvo una ventana amplia y generosa hacia el exterior, especialmente por la presencia de relevantes programadores internacionales invitados por el programa Palco (Plataforma de Artes Escénicas de Colombia). La danza del país se mostró audaz y combativa, ingeniosa y bien bailada. Como asignatura pendiente, en líneas generales, le queda por revisar la dramaturgia de sus propuestas, ideas fantásticas que, muchas veces, una vez desvelada su premisa, encuentran cierta dificultad para terminar de desarrollarse. “La Bienal aspira a representar en cada edición el estado de la danza colombiana. También la mundial. Pero en realidad es un evento que toma al ser humano como el eje fundamental de todas sus propuestas”, concluye Juan Pablo López Otero.