EL FENÓMENO VILDANZA
Todo un hallazgo este festival insólito, que ha sido impulsado por Marcat Dance en Vilches. Este fin de semana pasado fuimos a su tercera edición y así lo vivimos. Léelo…
Texto_OMAR KHAN Fotos_BSLG
Vilches, 28 de junio de 2023
El municipio andaluz de Vilches, en Jaén, se ve desde su Mirador de la Esperanza -justo arriba donde está el cementerio-, como un puñado apretado de casas doradas azotadas en verano por el sol más inclemente, una concentración de viviendas y muy pocos comercios, en un paisaje árido de tierra roja en las proximidades del desfiladero de Despeñaperros, donde huele a aceite por todas partes. Y es que sus gentes, afables, que no pasan de cinco mil, viven básicamente del olivo…
Un ingenioso analista de marketing y un creativo experto en gestión cultural, pongamos graduados en Harvard o similar, coincidirían, después de un estudio, en que arrancar en Vilches un Festival Internacional de Danza Contemporánea es un disparate y un despropósito, una ocurrencia peregrina, una garantía de fracaso… pero Vildanza supone la negación del análisis y la materialización de un imposible. Un acto de fe en el poder expresivo del cuerpo, que este fin de semana pasado celebró su tercera edición con la participación de una decena de compañías, y lejos de señales de debilidad o fracaso, exhibió músculo, mostró claras señales de crecimiento y escuchó el aplauso siempre cálido, pero sobre todo honesto, de unos 300 vilcheños –más algunos foráneos- que cada noche durante las tres calurosas jornadas que duró, subieron la colina, ésta vez no para llevar flores a sus muertos, sino para ver danza con escenografía de atardecer espectacular.
Esto que le viene ocurriendo los últimos veranos a Vilches tuvo su origen en Tel Aviv hace ya varios años. Para la gente del pueblo, incluida su familia, no dejaba de ser extremadamente raro y enigmático que uno de los suyos, el entonces joven díscolo Mario Bermúdez, se fuera a trabajar como bailarín a Israel, mientras que para la gente de la danza en Madrid, Barcelona o Sevilla –ciudad donde él dio sus primeros pasos en el hoy extinto CAD, que entonces dirigía Blanca Li-, tenía aires de hazaña que un andaluz formara parte del elenco de la Batsheva Dance Company, todo un referente de la danza contemporánea internacional.
Pero allí estaba el vilcheño Mario Bermúdez bailando para Ohad Naharin, haciéndose chico GAGA y pensando todo el rato en Andalucía, analizando los puntos en común entre aquella cultura y la suya, el color de la tierra de allá y la roja de aquí, la danza andalusí de sus antepasados y la que bailaba en Batsheva… de estas preocupaciones y añoranzas surgieron sus primeras necesidades como coreógrafo. Allí conoció también a la bailarina norteamericana Catherine Coury, hoy madre de sus dos hijas.
Nada como Vilches
Decididos a crear una compañía, se vinieron entonces a España. Y hay que decir que se interesaron por Sevilla o Madrid, que estudiaron las posibilidades que les brindaban metrópolis como esas para concluir, finalmente, que ningún lugar como Vilches. Y allí se instalaron a vivir y crear. Fundaron Marcat Dance, a su manera una empresa familiar, estrenaron creaciones muy reconocidas y alabadas como Anhelo o más recientemente, la muy premiada El bosque, por la que Bermúdez se trajo este año un Max al pueblo, galardón que se suma a unos cuantos Premios Lorca, los que otorga Andalucía a las artes escénicas.
Pudieron dejar que Vilches fuera simplemente un centro de operaciones para la agrupación, un poco lo que ha sido Wuppertal a la compañía de Pina Bausch, pero no. Cabezonería y sensibilidad, un deseo de aportar y una confianza inagotable en la danza y su poder de seducción, les empujaron a crear Vildanza, festival imposible que ha ido creciendo y convirtiéndose en ese evento esperado del verano en apenas tres ediciones.
El poder de convocatoria es el mejor aval con el que cuenta. Emociona y enternece ver a esta gente -que vive básicamente del olivo-, aplaudir, ovacionar y emocionarse con un programa ecléctico de buena danza. Familias con niños, jóvenes curiosos, abuelitas entrañables… sentados todos alrededor de un linóleo viendo bailar bajo los tonos rojizos de un atardecer espectacular, es un acto que trasciende los valores de la disciplina y se acerca a fenómeno social con claras aspiraciones de fenómeno turístico.
“Esto se ha hecho pensando en ellos, en nuestro pueblo, queremos que nos entiendan, que sepan qué es lo que hacemos y que no somos solamente nosotros sino muchísimos más, que esto es una profesión y que la danza puede ser muy amplia y muy diversa”, nos comentaba visiblemente agotado pero contento Mario Bermúdez, el pasado domingo en su casa, justo al día siguiente de concluir esta tercera y significativa edición de Vildanza. “La acogida este año ha sido abrumadora, el crecimiento abismal. Pero también ha sido una experiencia para los artistas el bailar para este público, con ese atardecer, en este entorno y estar aquí aportando”.
Un poco de todo
El programa diseñado tenía la virtud del eclecticismo. Marcat Dance, compañía anfitriona, mostró cada noche un pedacito de lo que hace. La primera fue un enérgico y prometedor adelanto de Averno, nueva producción que estrenan los días 11 y 12 de julio próximos en el Festival de Itálica. En la segunda, el unipersonal Solo Roza, que reafirma a Catherine Coury como la bailarina rápida, precisa y de gran fortaleza técnica que es, pero que también se nos desvela expresiva, pudiendo llegar a ser muy lírica y emocional. Y finalmente, en la clausura, Garip (en la foto que abre esta crónica), trío de enorme belleza formal, aires exóticos y gran musicalidad.
Un poco de todo hubo cada noche. Humor, ingenio y agilidad en Rojo, Rojo, Verde, del Colectivo Banquet. Destreza y sincronización en la muy agitada Young Blood, de la compañía madrileña del catalán Arnau Pérez. Por su parte, el bailarín y creador jienense Juan Tirado trajo a Vilches aires de elegante hip hop en su coreografía Herr y los modos directos de la danza teatro, en Da Lontano, una reflexión sobre la deshumanización y falta de conexión real en las redes sociales, en esta pieza que creó y bailó con Linda Cordero. La incomunicación también fue abordada por Adrián Manzano y Diana Grytsailo, en Lo que yo canto (foto central de esta información), coreografía triste a ritmo de fado.
La dualidad fue el eje de Efecto Siam , presentado por el Colectivo Sin Par, al tiempo que el dueto Carretería, de Jesús Benzal, que lo bailó junto a Jesús Asunción, se centró en el rechazo y atracción entre los dos intérpretes, en un tour-de-force de amor-odio. Human 21, en cambio, de la catalana Sandra Maciá, se presentó como un dúo pos-pandemia, tenso y angustiado. Finalmente, Carne de nube (en la foto sobre estas líneas), un unipersonal que fue vehículo para el lucimiento y carisma escénico de su autora, la bailarina y creadora Andrea Pérez.