BAILAR Y VER BAILAR
Jérôme Bel vuelve a la ciudad y pone a bailar ciudadanos. Este fin de semana, el Centro Condeduque escenifica ‘Gala’, una de sus obras más delirantes. Reflexionamos sobre ella…
Texto_ALBA ANZOLA Fotos_JOSEFINA TOMASSI
Madrid, 18 de mayo de 2023
El enfant terrible de la “no-danza” francesa ya no es tan enfant, pues el año que viene se hace sexagenario. Y, para los tiempos que corren, ya tampoco es tan terrible. Jérôme Bel (Montpellier, 1964), muy a su pesar, es una institución de la vanguardia europea, por mucho que odie la palabra institución. A finales del siglo pasado fue el elefante que entró en la acomodada y ordenada habitación de la danza contemporánea para aplastar, derribar y reacomodar ideas preconcebidas. Desde sus propuestas radicales, abucheadas y ovacionadas en igual medida, se hacía (y nos hacía) preguntas incómodas sobre el rol del bailarín y el papel del espectador, cuestionando sin compasión a unos y a otros.
A principios del siglo XXI, Bel tenía similares preocupaciones que Isadora a principios del XX. Las formas son distintas pero la inquietud es la misma: si la danza es una expresión humana ¿por qué se le exige tanto, física e intelectualmente, a un ser humano que quiere bailar en un escenario? El germen de esta reflexión hay que ubicarlo en The Show Must Go On (2000) y la culminación en Gala (2015), hasta el momento las dos obras más grandes, difundidas, reconocidas e importantes de su catálogo. Ambas se siguen representando y este fin de semana (20 y 21 de mayo) el Centro Cultural Condeduque, de Madrid, volverá sobre Gala. Pero no es posible entender a cabalidad esta segunda sin saber nada de la primera.
Sustentada en una compleja investigación en los terrenos de la danza conceptual, lo que por el contrario caracteriza a The Show Must Go On es la sencillez. Veinte bailarines danzan libremente y, en algunos momentos, reproducen, literalmente con sus cuerpos, las letras de canciones archiconocidas (de Celin Dion a Macarena) que les pone un dj. No se necesita virtuosismo ni una gran técnica para bailarlas pero tampoco un pensamiento profundo para entenderlas. Se trata del disfrute de bailar y ver bailar. No obstante, esta creación se cuenta como la obra clave de un movimiento que la crítica francesa llamó, nada menos, que no-danza, vale decir un tipo de danza que no se reconoce como danza y se niega a sí misma. A día de hoy, Bel reniega del término.
Show must go on…
Esta creación, todavía polémica, podría ser el principal antecedente y referente de Gala, obra que lleva aún más allá esa idea de la democratización del escenario, convocando a un grupo de residentes de cada ciudad que visita, a los que se les concede, digamos, el derecho y honor, de bailar en un teatro para nosotros. Se trata de una veintena de ciudadanos sin experiencia escénica, entre los qua ha de haber blancos, negros, gordos, delgados, capacitados, discapacitados, mayores, menores, altos o bajos, que siguen unas sencillas pautas coreográficas. Con su complicidad, Bel derriba en el espectador los códigos impuestos que nos hacen identificar el espectáculo de danza pero en ellos mismos, sus intérpretes, la percepción de lo que previamente creían que debía saber hacer un bailarín.
“El éxito de Gala para mí es bastante incomprensible”, ha declarado el coreógrafo francés. “Terminé creando un espectáculo sin querer. La idea era trabajar con amateurs en una relación no performativa. Pero lo que sucede es que siempre el grupo de amateurs es finalmente muy espectacular, a causa del caos que se crea en la escena. Quiero decir caos como potencial teatral, algo que ya había reconocido como artístico con los minusválidos con los que trabajé en una obra anterior, mi creación Disabled Theater”.
Y es que, al final, Gala trata de lo más básico. Todo se reduce al placer de bailar y ver bailar.
