UN MUNDO IDEAL
Se ha estrenado en el Teatro Coliseum, de Gran Vía, ‘Aladdin, el musical’, fastuosa versión escénica del clásico animado Disney. Fuimos a verlo y salimos encantados. Lee porqué…
Texto_OMAR KHAN
Madrid, 26 de marzo de 2023
La alfombra [literalmente] vuela, los trajes de Jafar se cambian en segundos como por arte de magia, la lámpara humea al ser frotada, las mesas se llenan de comida de forma instantánea, el escenario no para de transformarse y la cueva de tesoros relumbra de tanto oro… todo parece posible en Aladdin, el musical de Disney que, bajo la tutela de Stage Enetertainment, llama desde esta semana la atención en el Teatro Coliseum, de la Gran Vía madrileña, nuestro Broadway local.
Y es que, un poco más arriba, desde hace ya doce años, la misma casa sigue imbatible presentando El rey león, el fenómeno escénico que nos ha hecho más parecidos a Nueva York y el West End londinense. No hay genio de la lámpara que puede predecirlo pero Aladdin parece el musical más cercano a plantar cara a semejante éxito. Es, en definitiva, el sueño más soñado por la casa Disney: conseguir superarse a sí mismos con otro hit de semejantes proporciones, dimensiones y envergadura.
En un alarde que mezcla sofisticada tecnología teatral con ingenio, talento y buen gusto, Aladdin el musical, es un entretenimiento con mayúsculas que, siendo escrupulosamente fiel a la película animada de Disney de 1992, no intenta ser una reproducción a escala humana que calca la animación sino que opta por reconocerse y regodearse en su naturaleza teatral, construyéndose reinventado desde los códigos del teatro y no del cine ni la animación. Esta, después de todo, ha sido la clave del éxito de su contrincante felino, que sigue rugiendo a buen volumen taquillero un poco más arriba en la misma avenida.
Potencia visual
Claro que los efectos especiales (más de 80), el brutal aparataje escenográfico de cosas que, con pasmosa limpieza y velocidad, suben y bajan, entran y salen, la incontable cantidad de trajes de estupenda factura que desfilan en sus números de baile y el atrezzo inagotable y deslumbrante, son elementos clave de la eficacia visual y espectacularidad de Aladdin, pero lo que verdaderamente pone las emociones es el compromiso y buen hacer de quienes la interpretan.
Sobre el escenario, sobresale un profesional y solvente equipo de actores-bailarines-cantantes, destacando muy por encima el delirante, encantador y chispeante Genio que construye el veterano actor panameño David Comrie, quien durante seis años interpretara al temido Mufasa, padre de El rey León, y el catalán Roc Bernadí, que desborda ternura y empatía con su gesto caricaturesco, en el rol de Aladdín.
La danza, certeramente ejecutada (y esto es mérito del equipo español) cobra especial protagonismo en esta creación. Sobre la base de los clichés árabes conocidos y reconocidos, Casey Nicholaw, que es el director de escena y al mismo tiempo el coreógrafo que inventó todos estos bailes para la versión original de Broadway, sabe echar mano del jazz, el claqué, la danza árabe y tantas otras danzas para animar la escena, en la que no faltan referencias a la revista, las varietés, el musical de vieja data y la espectacularidad del pionero Bubsy Berkeley.
Por lo demás, la música del veterano Alan Menken y las letras de las canciones firmadas por Tim Rice, una gloria de Broadway, procuran viaje feliz a Ágrabah, reino árabe inventado, donde transcurre la acción, en la que un bribón con encanto conquista y seduce a la hija del Sultán. Destacable, por sorprendente y emotivo, el viaje en alfombra mágica, en el que la pareja protagonista canta Un mundo ideal, el tema principal del musical, que se llevó un Oscar en su versión cinematográfica.
Acierto total, el guiño #metoo desde el rol de la protagonista Jasmine que, como mujer de hoy reclama hecha una fiera sus derechos y se niega ser casada con quien quiera el Sultán. Y no es el único guiño a la actualidad. El mundo árabe en que se ambienta, pone a huevo un buen chiste sobre nuestro Rey Emérito.
