LA CND SEDUJO A LA HABANA
Las funciones de ‘Carmen’, de Johan Inger, se convirtieron en el momento más relevante del 27º festival cubano de ballet. Así lo vivimos…
Texto_CARLOS PAOLILLO Fotos_ARIEL LEMUS
La Habana, 25 de noviembre de 2022
La reedición reciente del Festival Internacional de Ballet de La Habana, luego de la superación progresiva de la pandemia y bajo una nueva conducción artística en manos de la primera bailarina Viengsay Valdés, actual directora del Ballet Nacional de Cuba, procuró algunos cambios estructurales orientados hacia la renovación conceptual y estética del longevo evento sin afectar su espíritu tradicional, que en esta vigésimo séptima edición además de la capital extendió su acción hacia ciudades provinciales.
Una primera parte de la programación fue dedicada de manera inclusiva a la presentación de diferentes compañías y agrupaciones cubanas inscritas en disimiles géneros, estilos y tendencias. Una segunda -el festival propiamente dicho- reunió e integró en galas a un número notable de primeras figuras de la danza académica europea y latinoamericana, así como a destacadas agrupaciones internacionales. La tercera, se centró casi exclusivamente en las presentaciones en el Teatro Nacional habanero de Carmen del coreógrafo sueco Johan Inger, a cargo de la Compañía Nacional de Danza bajo la dirección de Joaquín de Luz, estrenada mundialmente en el Teatro de la Zarzuela de Madrid el 9 de abril 2015, que dieron cierre al festín artístico.
La Carmen de Inger, que se estrenó en la isla el pasado 11 de noviembre, es singular. Se separa del mundo de convenciones que ha rodeado a este título, muchas veces controvertido. Parte de la literatura originaria de Próspero Mérimée, para construir un relato que sublima los extremos pasionales que orientan a sus protagonistas.
Triángulo fatídico
La creación del coreógrafo sueco personaliza los rasgos dramáticos y psicológicos de los personajes centrales hasta apartarlos de sus determinantes estereotipos. La sensualidad de Carmen (Kayoko Everhart) no es carnal, sino proviene de su espíritu indómito. Don José (Alessandro Riga), perseguido por los recuerdos de infancia, vive una atracción obsesiva que fatalmente lo desborda. El brillo incesante que exhibe Escamillo (Yanier Gómez) lo convierte en un ser fantástico, en una imagen irreal. El triángulo establecido entre ellos es presentado con violencia más racional que emocional, tal es el estadio de abstracción que por momentos alcanza.
Inger como creador lleva consigo los postulados de las renovadoras e influyentes escuelas coreográficas de Suecia y los Países Bajos. También evidencia un claro interés investigativo por los principios desarrollados por la danza moderna y posmoderna. Su vocabulario es exploratorio, expansivo y destaca el equilibrio que alcanza y la integración de formas surgidas de impulsos internos generadores de movimientos auténticos.
La partitura de George Bizet se convierte en un motivo que se repite en los momentos claves de la reelaborada dramaturgia, a la que se integra la música de Rodion Shchedrin, además de composiciones contemporáneas que aportan a la obra una sonoridad alternativa.
Los diseños escénicos entran en plena sintonía con el espíritu de la puesta, limpia y desprovista. El dispositivo escenográfico, que también es lumínico, antes que suntuoso es sorprendente por su ductilidad y las resoluciones formales que permite.
En el XXVII Festival Internacional de Ballet de La Habana, los bailarines de la Compañía Nacional de Danza revelaron ampliamente su solidez y versatilidad interpretativa. Integralmente, sus bailarines centrales y su cohesionado elenco se mostraron como una comunidad de arrolladora organicidad e inequívoca unidad de propósito, poseedora en si misma de un admirable sentido plástico.
La Carmen de Johan Inger resultó un gran éxito en Cuba.