ROMEO Y JULIETA SE DESANGRAN
No se espere mañana en el Teatro Arriaga la versión edulcorada. Desde Islandia, la creadora Erna Ómarsdóttir (una de las valientes que acusó a Jan Fabre) trae una versión radical y diferente del ballet conocido. Nos lo ha contado…
Texto_OMAR KHAN Fotos_HORDUR SVEINSSON
Madrid, 19 de mayo de 2022
Erna Ómarsdóttir, directora de Iceland Dance Company (IDC), la compañía oficial de danza de Islandia, asegura que en su nueva creación, fiel a su título, está todo lo que ha de tener un Romeo y Julieta, pero advierte que a lo mejor no en el mismo orden que se le ocurrió a Shakespeare ni de la misma manera. Bueno… tampoco puede decirse que reproduzca el ballet que todos conocemos. “Superponemos el argumento con muchas historias que suceden simultáneamente. Los bailarines son la música, los personajes, la atmósfera, el mobiliario, los edificios de Verona, la noche, el día, el tiempo, una llama… seguimos el argumento desde la música, usamos el ballet y nos referimos al original pero con nuestro giro y nuestros métodos, reflejando nuestros tiempos. Nos gusta llamarle ballet exorcismo o ballet curativo”, nos relata la creadora. Describirlo resulta difícil, sobre todo si añadimos que hay sangre a borbotones durante buena parte de la representación. Lo más fácil será verlo y vivirlo, mañana y pasado, en el Teatro Arriaga, en la que supone la tercera visita de Ómarsdóttir y su compañía al coliseo bilbaíno.
En realidad, a ella nunca se le hubiese ocurrido montar un título icónico del ballet ni mucho menos abordar una tragedia de Shakespeare. No viene de allí, no es lo que le encaja. Ella fue una buena estudiante de P.A.R.T.S., la escuela belga para coreógrafos de hoy. Trabajó en Les Ballets C de la B, bailó para Sidi Larbi Cherkaoui y para Jan Fabre en Troubleyn. De hecho, fue la primera sorprendida cuando el director del Ballet del Staatstheater am Gärtnerplatz, de Múnich, le encargó un Romeo y Julieta, en 2018. “Me pareció raro que me pidieran una cosa así, pero lo estuve pensando y aunque me seguía pareciendo descabellado le pedí a mi colega Halla Ólafsdóttir que se uniera, porque ella había estado haciendo unos trabajos experimentales alrededor de Giselle. Y fue un acierto que las dos nos encargáramos de la dirección. No me arrepiento”.
En Munich se estrenó más corta, con más bailarines, veinte en vez de los diez de IDC, y con música en directo (por eso mantuvo a Prokofiev). También ocurrió que durante el proceso de trasvase, readaptación y reajuste en Reikiavik sobrevino la pandemia y la obligación de la distancia de seguridad. Tuvo tres fechas de estreno, siempre pospuestas por culpa del virus. Y todo esto condicionó el remontaje. “Supongo que profundizamos parte del material que venía de Múnich, simplificando otras cosas. Los bailarines tuvieron tiempo de encarnar y asimilar las ideas y la música, el material de danza… a veces respiran la música y a veces la gritan. Bailan y actúan con todos sus sentidos”.
El caso Fabre
Pero el hecho de tener como referente un ballet, también hizo que las dos autoras reflexionaran sobre lo que implica y significa eso hoy día. “En nuestra creación es importante la historia del ballet como una forma de arte en sí mismo, y anteponemos nuestra relación de amor-odio con el ballet como una forma de arte y práctica. Hemos tenido en cuenta la política de género imperantes y las reglas patriarcales que han seguido al ballet como forma de arte, la jerarquía existente. Por eso en nuestra versión todos son solistas y al mismo tiempo cuerpo de baile. El papel de la mujer es, por supuesto, también muy relevante, somos dos directoras artísticas que presentamos la forma en que se comercializa el amor en nuestra sociedad occidental capitalista. Hablamos de la economía del amor”.
La militancia y actitud combativa no es solamente escénica. El nombre de Erna Ómarsdóttir apareció hace un par de años como una de las valientes que dieron la cara en la acusación pública a Jan Fabre, director de Troubleyn, de maltratos y abusos sexuales sistemáticos durante años a, al menos, una veintena de sus bailarinas. No hace siquiera un mes desde que un tribunal de Amberes les diera la razón y condenara al creador belga a año y medio de prisión como castigo por aquellos casos que (por fortuna) aún no habían prescrito. No obstante, la bailarina y coreógrafa islandesa se muestra aún cautelosa a la hora de hablar del asunto. “Me gustaría poder decir algo más al respecto, pero de momento lo único que puedo agregar es que significa mucho para mí que este caso haya podido llegar a los tribunales, y que al menos se nos haya tomado en serio”, asevera.
Por lo demás, sigue con su actividad frenética como directora de la IDC, especialmente de cara al 2023, año en el que la compañía celebrará sus cincuenta años de existencia. “Tendremos la reposición de trabajos antiguos y el estreno de nuevas creaciones. Honraremos el fantasma del pasado y daremos la bienvenida a los espíritus del futuro”, vaticina.
Reconoce que su compañía, como tantas otras de los países nórdicos, no baja mucho por aquí probablemente por los altos costes que supone movilizarlos. Sin embargo, admite que hay una muy buena conexión y sinergias entre las compañías de todos los países del norte, que cuentan con un bien estructurado circuito que les permite girar.
“Para ser una institución estatal, creo que el IDC es bastante experimental. A veces se arriesga y de vez en cuando trabaja con artistas de renombre internacional. Hacemos principalmente nuevas creaciones de coreógrafos islandeses e internacionales. Intentamos también estar en conexión con lo que ocurre en los países de nuestro entorno. Somos muy conscientes de lo que pasa a nuestro alrededor, tanto en las artes como políticamente”, concluye.
