ASÓMATE POR LA RENDIJA
Enigmática y misteriosa es ‘Triptych’, la nueva coreografía de Peeping Tom que inaugura mañana el Festival de Otoño en los Teatros del Canal de Madrid. Nos acercamos a su universo…
Texto_ALBA ANZOLA Fotos_VIRGINIA ROTA
Madrid 10 de noviembre de 2021
La intriga es un poderoso detonante dramático en las delirantes creaciones de Peeping Tom. Y Gabriela Carrizo y Franck Chartier, directores de una de las más apreciadas compañías belgas del momento, saben cómo apretar ese gatillo en cada una de sus obras enigmáticas y fascinantes, usualmente desplegadas de tres en tres, como en sus dos surrealistas sagas domésticas, la de aquella decadente familia venida a menos (Le Jardin, Le Salon, y Le Sous Sol) y la de esta otra (Madre, Padre e Hijo), en la que asistimos al velatorio de madre, a la residencia enloquecida donde hemos encerrado a padre y a la mente retorcida y siniestra de hija.
Su nueva creación Triptych: The Missing Door, The Lost Room y The Hidden Floor, después de escuchar ovaciones en Sevilla y Barcelona, aterriza mañana en los Teatros del Canal, de Madrid, para dejar inaugurado el Festival de Otoño, con funciones hasta el próximo 14 de noviembre. La pieza, un nuevo tríptico ahora de piezas cortas, tiene el miedo como hilo conductor. Se desarrolla en tres escenarios diferentes donde hay gente asustada, misterios insondables, apariciones y reflejos que parecen fantasmas. En un primer momento, parecen creaciones cinematográficas, una característica común a todas sus coreografías desde la primera, aquella ya lejana Caravana hace más de 20 años.
Pero mirándolo más detenidamente encontraremos que toda la obra de Peeping Tom es la respuesta lógica y necesaria desde la danza a un imaginario que vincula a creadores de medios muy distintos y que han diseñado estéticas y formas expresivas grandilocuentes para esos pequeños asuntos humanos que, no por cotidianos dejan de ser trascendentes.
Influencias varias
Las influencias confesas (o no) de Carrizo & Chartier no dejan lugar a dudas. Es como si pusieran danza en esos escenarios rurales, surrealistas e insólitos de las sugerentes imágenes del destacado fotógrafo norteamericano Gregory Crewdson. El asilamiento de sus personajes, estáticos detrás de una ventana o siendo observados en su ensimismamiento por la rendija de una puerta, parecen por momentos evocar la pulcra y digna soledad que emanan las pinturas de Edward Hope. La dramaturgia de sus creaciones asemeja una materialización escénica de la intrincada fantasía intelectual de la literatura de Jorge Luis Borges y sus laberintos, al tiempo que la compleja y explosiva relación entre esos personajes, que se atraen y repelen al unísono, parece venir de la profundidad emocional de una película de Ingmar Bergman.
En un caso excepcional, una obra completa de Peeping Tom no perteneciente a ninguna trilogía (la destacada 32 Rue Vandenbranden, 2009), se inspiró directamente en una película japonesa, la muy notable La balada de Narayama (Shohei Imamura, 1983), pero no era exactamente una adaptación. Lo que se trajo del filme fue la sensación de aislamiento, la combinación de frío y nieve, de soledad y necesidad de amor. Y luego está David Lynch, la referencia más recurrente cuando se habla de la estética de la compañía belga, quizá porque coincide con el excéntrico cineasta en fusionar ficción y realidad, ubicándose en un sofisticado lugar inexacto entre medias, en el que la realidad es tan sorprendente que parece ficción y la ficción es tan realista que parece auténtica.
Referencias hay muchas más, pero la aportación exclusiva de Peeping Tom reside en que han sido capaces de crear este universo desde la danza, la teatralidad y la fiscalidad, enriqueciendo y repotenciando la experiencia visual y sensorial en cada una de sus cuidadas creaciones. Su nueva trilogía, quizá porque originalmente fue creada para el Nederlans Dans Theater (NDT), más que nunca. Es la más bailada de todas sus creaciones. De hecho, convocaron audiciones, y por primera vez el elenco íntegro será de bailarines, prescindiendo momentáneamente de esos cantantes y actores que suelen pulular a la altura de los danzantes por sus casas decadentes y sus hoteles venidos a menos.