UN BALLET POR LOS QUE MUEREN JÓVENES
Inaugura mañana el Festival de Peralada con Le Presbytère, obra monumental de Maurice Béjart. La recordamos…
Texto_OMAR KHAN Fotos_ILIA CHKOLNIK
Madrid, 15 de julio de 2021
“Es un ballet sobre la vida dedicado a los que mueren jóvenes”, dijo el coreógrafo en su momento sobre las motivaciones de Ballet For Life (Le Presbytère), que estrenó en Lausanne, en 1996. La visión optimista viene de Maurice Béjart (1927-2007), luminaria del ballet en el siglo XX, que siempre soñó con que la danza fuera tan popular como el cine. Todas sus obras, más de 40 ballets de larga duración, quisieron siempre tener esa conexión con un público masivo. No consiguió desbancar al cine, eso es verdad, pero su obra goza todavía hoy de enorme resonancia y si sigue o no teniendo vigencia es algo que se desvelará mañana y pasado en el Festival Castell de Peralada, que ha invitado al Ballet Béjart Lausanne a bailar Le Presbytère en su castillo, cediéndole el honor de ser el evento inaugural del prestigioso festival veraniego catalán.
Más que ningún otro, este ballet de Béjart hay que tratar de entenderlo sin desvincularlo del momento político-social en que se produjo. A mediados de los noventa, el sida hacía estragos entre la población. A diferencia de la covid19 de nuestros días, era una enfermedad socialmente estigmatizada (el cáncer gay le llamaron al inicio de la pandemia), que se estaba cebando especialmente en el ámbito artístico. Todo el mundo tenía alguien cercano que lo padecía o ya había muerto.
Y Maurice Bájart no era excepción. Jorge Donn (1947-1992), su bailarín estrella, su musa e inspiración, había muerto poco después de la conmoción social que había causado el fallecimiento de Freddie Mercury (1946-1991), el mundialmente adorado vocalista de Queen.
Pasarela Versace
Para honor de ellos dos pero también para el de todos los anónimos que morían jóvenes en esos días aciagos, Maurice Béjart montó Le Presbytère. En correspondencia con la estética del momento, quizá hoy un poco desfasada, y en sintonía con sus ambiciones de artista de masas, la coreografía es un deslumbrante show sin argumento, montado a la manera de un vídeoclip que hace guiños al concierto de rock y, a veces, parece también un alocado desfile de moda de Gianni Versace (1946-1997), autor del extravagante vestuario, que no lo sabía, pero también moriría joven, un año más tarde, asesinado por aquel obsesivo desencajado social.
Una pareja fabulosamente ataviada se cruza con otra que es llevada al hospital por enfermeros. Hay ángeles. Bailarines vestidos todos de blanco con toques de rojo sangre. Se baila un tango a ritmo de Mozart. Hay locura y desenfreno. La música, principalmente de Queen, usa grabaciones en directo y el griterío histérico de la masa se fusiona a la extraña amalgama sonora y visual de estridentes referencias que es toda la obra. Son veinte episodios inconexos que culminan a lo grande con dos canciones grandes de Mercury: I Want to Break Free y la muy significativa The Show Must Go On, que parece despedirnos al grito “que siga el espectáculo”.
Hay mucha vida en esta pieza sobre la muerte. Pero no deja de ser un réquiem. La imagen gigante de Jorge Donn al final, bailando lleno de vida (apenas dos años antes), la coreografía Nijinsky, clown de Dios, un título emblemático de Béjart, se encarga de recordárnoslo.
